Sólo sé que nada sé

Neus Portas
5 min readJun 24, 2020
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Aceptar lo que no sabes es, en realidad, la mayor señal de sabiduría. Porque según vas aprendiendo es cuando vas descubriendo todo lo que te falta por conocer.

Por eso Sócrates, uno de los mayores Aprendedores de la historia, pronunció la frase de “Sólo sé que no sé nada” (aunque fuera luego Platón quien la recogiera) como defensa de las acusaciones que le hicieron en el juicio por llevar a los jóvenes por caminos contrarios a los deseados: el gran crimen de Sócrates fue enseñar a pensar, habilidad que nunca ha estado muy bien vista por quienes ostentan el poder :)

Sócrates reivindicaba, con esta frase, su sabiduría: esta quedaba demostrada por el simple hecho de cuestionar lo que sabía, consciente de que sólo quien sabe poco se jacta de saberlo todo y se permite no dudar.

De la ironía al diálogo

Sócrates estableció la mayéutica como método para ayudar al interlocutor a hacerse las preguntas adecuadas para evitar basar los conocimientos en prejuicios. Este método, que proviene del griego maieutiké (asistir al parto), ayuda a que nazcan los conocimientos innatos del aprendiz, haciéndose preguntas poderosas que lleguen a la raíz del conocimiento -y del desconocimiento, si hace falta-.

(Como anécdota, decir que la madre de Sócrates, Fenáreta, era matrona).

De hecho, es el método socrático el que defiende que el alumno no es un recipiente que llenar, sino una luz que hay que encender.

Y esta luz se enciende ayudando a encontrar la verdad desde las preguntas, cuando uno se cuestiona lo que sabe: para reflexionar sobre ello, ahondando en los conocimientos y llegando a un saber mucho más profundo.

Este proceso se asimila a un parto porque, además de aflorar conocimientos que estaban en el interior, también es doloroso. Duele no saber, duele ser consciente de la propia ignorancia, duele el esfuerzo de aplicar el pensamiento crítico para cuestionarse a uno mismo y a los mensajes que llegan de alrededor.

Pero este diálogo entre maestro y aprendiz o del aprendiz consigo mismo sólo es posible cuando uno duda de lo que sabe y toma consciencia de que le falta mucho por aprender. Y Sócrates llegaba ahí desde la ironía: jugando con las palabras y su contenido, para demostrar al interlocutor lo poco que sabía. Pero lo hacía desde la humildad, aceptando también él que no sabía nada, que le quedaba mucho por aprender. Desde ahí, podían surgir las preguntas. Y sólo desde ahí, se podía empezar el proceso de aprendizaje.

Sólo cuando uno acepta que le falta por aprender, se predispone a ello.

Sólo desde la humildad estaremos preparados para escuchar de forma activa, es decir, con interés de comprender, más que de responder.

Sólo desde la aceptación del no saber, mantendremos despierta la curiosidad para seguir preguntando.

Cambiar de opinión es de sabios

Dicen que los que más saben, son los que más dudan. Cambiar de opinión es escuchar, aceptar otras opiniones, considerar otras posibilidades y, finalmente, estar abierto a cambiar de parecer. Para ello, hay que estar dispuesto a aceptar que uno puede estar equivocado, que puede no tener toda la verdad.

A mí, personalmente, cada vez me generan más duda los que todo lo saben: la vida es demasiado compleja como para tener certezas absolutas, a menos que adoptes posiciones binarias, de todo o nada, de extremos. Cada vez aprecio más la gama de grises.

Me inspiran los debates en los que no sólo se conocen diferentes visiones, sino que te cambian el ángulo con cada aportación, te hacen dudar de lo anterior con cada elemento nuevo; sin duda, son mucho más enriquecedoras que esos en los que uno sólo defiende lo que ve desde su sillón. Desde ahí nunca se tiene la foto completa, como pasa en la fábula de “Los Ciegos y el Elefante”, en el que cada uno explica lo que percibe enfrente suyo, pero sin conocer la parte de los demás, por lo que nunca se llega a la imagen del elefante.

No pasa nada por retroceder y decidir que tiene más peso el argumento del de enfrente. O juntar las dos visiones para llegar a un punto intermedio. Y entender que todas las opiniones son válidas, incluso cuando no son compatibles en su ejecución. Porque de esto va la empatía: no sólo de saber, sino de comprender la visión del otro, de ver la situación desde su ángulo.

Cuando empiezas a mirar desde diferentes ángulos, comienzas a tener la foto entera.

Por eso es imprescindible escuchar a todos los que te rodean: no necesariamente a los que consideres mejores. También a tus iguales e incluso a personas con menos experiencia. Te sorprenderás de lo que puedes aprender.

Cuando desaprendemos, como comentaba en otro post, no olvidamos lo que sabemos. Pero sí nos lo cuestionamos, para asegurar que no somos esclavos de ello. En cualquier caso, desaprender nos pone en la casilla de salida, en muchos casos. Y ahí te encuentras con gente diferente a ti: por visión, por aproximación o por experiencia. Ahí, todos empezáis con mirada nueva, pero también con mochilas de bagaje diferente. Por eso, en ese punto puedes aprender de cualquiera de ellos. Aprende a mirar diferente.

El alivio de no saberlo todo

La necesidad de tener todas las respuestas es igualmente agotador. Más que el proceso de hacerse preguntas.

El primero se enfoca en el resultado, el segundo en el proceso.

Uno exige estar siempre en lo más alto, el otro se permite subir y bajar.

Tener todas las respuestas te expone al juicio, en el aprendizaje avanzas desde el feedback.

El problema es que, en muchos casos, uno ha llegado hasta donde está, por tener las respuestas. Del líder se espera (o esperaba), que lo supiera todo. Pero uno, por más líder que sea, no puede saberlo todo (ni siquiera Google, por más que le pese a mi hijo). De hecho, como hemos visto, cuanto uno más sabe, más duda.

Así que cuando pretendemos liderar con todas las respuestas, nos arriesgamos a ser un mal líder por la incapacidad de aprender; o a sufrir un exceso de ansiedad por sentir que no respondemos a lo que deberíamos (o a lo que consideramos que deberíamos).

Tener que saberlo todo nos pone a la defensiva, hace que vivamos pendientes del juicio, nos impide aprender y, desde ahí, nos hace difícil enseñar, en el ámbito y círculo que sea.

Por eso, como líder, como profesor, como padre o madre: aprende, acostúmbrate, atrévete a decir “no lo sé”. Descárgate de esa presión. Atrévete a aceptar lo que no sabes: es el mejor aprendizaje que le darás a tu interlocutor, sea trabajador, hijo, alumno.

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